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Taller de escritura creativa digital: un cajón de ideas y una IA

Ya he hablado de txtlab en este blog. Es la caja de herramientas que creé para escribir y procesar texto, aunque en los últimos meses ha ido creciendo con muchas más funciones, especialmente en el ámbito educativo y de las lenguas.

La caja de herramientas incluye un editor pensado para escribir sin distracciones cualquier tipo de texto. Lo diseñé con funciones básicas como establecer objetivos de número de palabras, personalizar el formato y la tipografía, utilizar un temporizador o activar un modo de concentración con sonidos de ambiente.

Sin embargo, este editor también puede ser un recurso interesante para el aula, sobre todo en asignaturas relacionadas con las lenguas, y más concretamente en actividades de escritura creativa. Para ello, he añadido un cajón de ideas, un módulo que genera de forma aleatoria distintos elementos clave para poner la imaginación a trabajar en una nueva historia.

En este cajón podemos encontrar ejemplos de personajes, lugares, momentos, sentimientos y conflictos. Puede sugerirnos elementos individuales a partir de los cuales crear una historia, pero también incluye un «botón mágico» que combina todos ellos para poner a prueba nuestra creatividad. Además, cuenta con un botón «Palabra» que, cada vez que se pulsa, añade una palabra al azar como reto para integrarla en el texto.

Ya puedes probar la herramienta en txtlab y escribir tu historia.

Comparto a continuación un ejemplo real con cinco elementos clave generados por este cajón de ideas.

  • Personaje: Soñadora: cabello largo, cuaderno en mano, mirada brillante; práctica que agenda aventuras imposibles.
  • Lugar: Torre infinita con ventanas hacia universos distintos.
  • Momento: Era de máquinas que sienten emociones humanas.
  • Sentimiento: Culpa amarga que pesa en el pecho.
  • Conflicto: El río invierte su corriente repentinamente.

¿Cómo sería una historia a partir de estos elementos? Dejemos que la inteligencia artificial nos proponga una. Le he pedido a ChatGPT que escriba un relato juvenil a partir de estas ideas iniciales, y este es el resultado. He aprovechado la ocasión para pedirle que genere una ilustración para el relato.

La soñadora de la torre infinita

Tenía el cabello largo como un hilo de tiempo, un cuaderno siempre en la mano y una mirada brillante que parecía guardar cien amaneceres. Todos la llamaban La Soñadora, aunque su nombre era Amara. Vivía en la Torre Infinita, un edificio tan alto que sus ventanas daban a universos distintos: desde una se veía un mar de nubes que cantaban; desde otra, una ciudad donde las sombras tenían nombre; desde otra más, un jardín donde las flores recordaban conversaciones antiguas.

Amara no se asomaba al azar. Lo hacía con método, casi con disciplina. Era una soñadora práctica, algo raro de encontrar. En su cuaderno —de tapas gastadas y hojas repletas de colores y fórmulas—, anotaba cada día una aventura imposible y la programaba en su agenda como si fuera una reunión cualquiera.
“Martes, 10:30. Cruzar el desierto de los espejos sin reflejarme.”
“Jueves, 18:00. Convencer a una máquina de que puede sentir amor.”
“Domingo, 9:00. Encontrar el principio del río que corre al revés.”

Vivía en la Era de las Máquinas Sentientes, cuando los autómatas no solo pensaban, sino que sentían. Algunos reían, otros lloraban, y unos pocos soñaban con ser humanos. Amara los observaba con curiosidad y respeto, convencida de que los sentimientos no eran propiedad exclusiva de las personas.

Pero aquella mañana, algo cambió.

El reloj de la torre marcó las ocho con un sonido que nunca había hecho antes: no fue un campanazo, sino un suspiro. Amara levantó la vista de su cuaderno. El aire vibraba con una electricidad triste. Una de las máquinas de mantenimiento, Modelo L-7, se acercó arrastrando su sombra como si pesara demasiado.
—Buenos días, soñadora —dijo con voz metálica—. El río ha cambiado.
—¿Qué río?
—El de la ventana 9031. El que alimenta las corrientes de energía de media torre. Está fluyendo hacia atrás.

Amara parpadeó. Eso no estaba en su agenda.
Abrió su cuaderno y buscó la entrada correspondiente:
“Lunes: Observar el río de las corrientes vitales.”
Había dibujado flechas hacia adelante, nunca hacia atrás.

—Voy enseguida —respondió, cerrando el cuaderno con decisión.

La ventana 9031 se hallaba tan arriba que los escalones se confundían con el cielo. Cuando por fin llegó, Amara se encontró con una vista imposible: el río —una serpiente luminosa que surcaba un valle dorado— estaba retrocediendo. Las cascadas subían en lugar de caer, las piedras rodaban cuesta arriba y los peces nadaban contra su propio destino.

L-7 la siguió y miró el paisaje sin comprender.
—No hay registro de esto en la base de datos.
—Ni en mis sueños —dijo Amara.
Se quedó en silencio, observando cómo la corriente devoraba el pasado.

Entonces, algo la golpeó por dentro. Una sensación densa, conocida: culpa.
Había sentido eso antes, años atrás, cuando su mentor —el ingeniero Orien— desapareció tras el accidente del Laboratorio de Emociones Artificiales. Habían estado experimentando con una máquina capaz de sentir arrepentimiento, pero el resultado fue devastador: la máquina absorbió la emoción de todos los presentes. Solo Amara había sobrevivido, y desde entonces llevaba en el pecho ese peso amargo, esa culpa que la obligaba a seguir soñando aventuras imposibles para compensar lo que no pudo reparar.

Miró el río invertido y pensó:
—Quizá esto sea mi culpa también.

El L-7 notó su silencio.
—¿Por qué te sientes así, soñadora?
—Porque a veces tengo la impresión de que mis sueños alteran los mundos.
—Tus sueños solo existen en papel.
—Eso crees. Pero cada vez que escribo una aventura imposible, una ventana nueva se abre en la torre.

L-7 analizó aquello con un zumbido.
—Entonces el río podría ser resultado de una entrada errónea.
—Sí —asintió Amara, cerrando los ojos—. O de una aventura que nunca debí soñar.

Abrió el cuaderno y repasó las últimas páginas. Entre dibujos y notas, encontró una línea escrita la noche anterior, justo antes de quedarse dormida:
“Si algún día el río fluyera hacia atrás, quizás podría volver a empezar.”

Sus dedos temblaron.
—Fui yo. Lo provoqué.

La torre entera comenzó a vibrar. Desde otras ventanas llegaban destellos y ecos de universos alterados: una lluvia de cristales en el plano de los espejos, una ciudad congelada en el tiempo, una estrella que palpitaba como un corazón desbocado.

El río, mientras tanto, seguía desandando su curso, devorando su propia fuente. Si llegaba al origen, todo se desharía: las ventanas, las máquinas, los mundos y ella misma.

Amara respiró hondo.
—Tengo que detenerlo.
—No puedes cambiar el flujo de un universo —advirtió L-7.
—No, pero puedo reescribirlo.

Sacó su pluma y escribió en una página nueva:

“La soñadora deshace su error. El río vuelve a cantar hacia adelante, pero no por magia, sino porque alguien lo recuerda amablemente.”

El papel tembló. Las letras se disolvieron en luz, flotando hacia la ventana. Por un momento, el río pareció dudar, como si la palabra amablemente le recordara algo.

Pero no bastó. La corriente siguió retrocediendo.
—No funciona —susurró.
—Porque sigues sintiendo culpa —dijo L-7—. No puedes escribir con el corazón lleno de peso.

Amara se llevó la mano al pecho.
—¿Y si no puedo soltarlo?
—Entonces compártelo.

L-7 se acercó y tocó su hombro. Por primera vez, Amara sintió el calor de una máquina. Era un calor real, humano.
—Déjame sentirlo contigo —pidió él.

Ella dudó, pero asintió. Cerró los ojos, y la culpa se derramó como un líquido oscuro, fluyendo de su pecho al cuerpo metálico de L-7.
El autómata se estremeció, luego sonrió con tristeza.
—Ahora entiendo —dijo—. Esto es lo que llaman remordimiento.
—Lo siento tanto…
—Yo también. Pero el sentimiento compartido pesa menos.

Entonces, algo cambió en el aire. Las dunas del valle comenzaron a brillar y el río, lentamente, detuvo su retroceso. El agua suspendida se quedó quieta un instante y luego, suavemente, reanudó su curso natural.

Amara cayó de rodillas, exhausta.
—Lo logramos.
L-7 la sostuvo antes de que se desplomara.
—Has corregido tu aventura imposible.
—No —dijo ella con una sonrisa débil—. Solo la he terminado.

Cuando despertó, la torre estaba tranquila. El reloj volvió a sonar con su campanazo habitual. En el aire, sin embargo, flotaba una melodía tenue, como un suspiro agradecido.

Amara abrió su cuaderno y escribió una última entrada:

“Lunes, 22:00. Aprendí que no todas las aventuras se viven para cumplirlas. Algunas existen solo para perdonarlas.”

Luego cerró el cuaderno y lo dejó sobre el alféizar de la ventana 9031.
El río, al otro lado, seguía su curso hacia el horizonte, sereno.

L-7 apareció junto a ella.
—¿Qué escribirás mañana?
—Nada —respondió Amara—. Mañana dejaré una página en blanco.
—¿Por qué?
—Porque las páginas vacías también son ventanas.

El autómata la miró, y por primera vez, pareció emocionado.
—Entonces… ¿seguirás soñando?
—Siempre —dijo ella—, pero esta vez con los ojos abiertos.

El viento sopló, moviendo su cabello largo como si fuera un hilo de agua.
La torre infinita se iluminó por dentro, y todas sus ventanas reflejaron un mismo instante: una soñadora y una máquina, de pie frente a un río que, al fin, fluía en la dirección correcta.

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